Cada segundo que empleó para pronunciar aquella palabra era una razón más para acercarse y besarla como hacía tiempo tenía pensado hacer. Y como las teclas de un piano, sus dedos tocaron las notas más bonitas que han existido jamás sobre la piel de su espalda. Y beso a beso se envolvieron en una melodía que hoy en día alcanzo a oír por las noches, cuando la luna murmura canciones inventadas y sonríe, platónica.
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